En la primera entrega dejábamos a nuestro sufrido escritor autoeditado al borde del colapso emocional, buscando reseñas como quien busca agua en el desierto.
¿Su esperanza?: que su renovado entusiasmo en redes atrajera lectores dispuestos a dejar alguna reseña amable. ¿Su descubrimiento?: que en estas redes y en los numerosos grupos de “lectores” a los que se ha apuntado, lo único que hay son otros escritores igual de desesperados. Todos pescando en un estanque seco donde los peces, si alguna vez los hubo, ya han muerto... o han decidido también comprarse una caña.
Pero nuestro protagonista, lejos de rendirse, aprovecha la experiencia para aprender. Aprende, por ejemplo, que hay muchas formas de promocionar una novela... y que casi todas son inútiles: concursos, sorteos, resúmenes, ofertas especiales, capítulos gratis. Todo eso que algunos llaman "estrategia" y que otros, con mejor criterio, denominan “pérdida de tiempo”.
En un momento de ingenuidad extrema (de esas que parecen bonitas hasta que las compartes en público), plantea en un foro la posibilidad de intercambiar lecturas y hacer reseñas cruzadas entre personas con gustos afines. Error. No tarda en aparecer el ofendido de turno —el clásico “piel de pétalo”— acusándole de fraude, corrupción y, posiblemente, conspiración internacional.
Y, sin embargo, la idea no muere del todo. Nuestro autor investiga y encuentra plataformas específicas para este tipo de intercambios. Se apunta a una (previo pago, claro) y se lanza. Lee dos libros completos que le interesan tanto como un catálogo de Ikea, escribe reseñas detalladas y honestas… y recibe a cambio dos reseñas sospechosamente rápidas, sospechosamente parecidas a la sinopsis de la contraportada de su libro, y sospechosamente inútiles. De hecho, Amazon, que no se chupa el dedo, las elimina en cuestión de horas.
Frustración, sí. Pero también otra lección aprendida.
Llega entonces la hora de las bookstagramers, esas criaturas míticas que leen, reseñan y decoran todo con luces de feria. Afortunadamente, un par aceptan colaborar. Y lo hacen bien, no puede tener queja: se toman su tiempo, leen, valoran y publican reseñas sinceras y argumentadas. Al fin una alegría. Aunque la duda persiste: ¿todo este sistema funciona como debería?
Algo no termina de encajar. Algo chirría. Y aquí ya no hablo como personaje de estas crónicas, sino como autor real, de carne y hueso, que está escribiendo esto mientras aún le da vueltas al asunto.
Desde mi triple papel de escritor, lector y reseñador (más en el campo musical, lo confieso), empiezo a preguntarme si todo esto tiene sentido. Porque cuando uno empieza, cualquier reseña puede ser una bendición o una puñalada trapera. Y la línea entre una cosa y otra es peligrosamente delgada.
Me pregunto, por ejemplo, si tiene sentido que cualquiera pueda reseñar cualquier cosa. Y no lo digo por esnobismo, sino por lógica básica. ¿Tiene sentido que yo, que no he leído jamás una novela romántica, opine sobre una? ¿Qué valor tiene que diga “no me ha gustado” si ese género directamente no me interesa?
Es como si yo, fan del rock progresivo, me pusiera a opinar del último disco de José Mercé. ¿Qué aporto? ¿De verdad alguien necesita saber que no me gusta algo que jamás me ha interesado?
Porque eso hacemos al reseñar: evaluar. Y para evaluar hace falta criterio. Y el criterio se construye con experiencia, con conocimiento del género, con contexto. Si no lo tienes, ¿no sería más honesto decir simplemente “esto no es para mí”?
Ese es el enfoque que vengo aplicando desde hace un tiempo. Solo reseño lo que conozco, lo que me interesa, lo que puedo valorar desde dentro. El resto, simplemente, lo dejo pasar. Y no por censura ni por corrección política, sino por respeto. A quien ha escrito la obra, y a quien me sigue y confía en mi criterio.
Del otro lado también hay responsabilidad: como autor, ¿a quién le estás pidiendo una reseña? ¿Tiene algo que ver con tu público potencial? ¿O simplemente estás lanzando botellas al mar con la esperanza de que alguien las abra?
Todo esto, claro, nos lleva al temido concepto del “nicho”. Esa palabra que suena a marketing, a cementerio o a ambas cosas. Pero es importante: no puedes pretender gustar a todo el mundo. Y si tu novela es de un género concreto, debes buscar lectores que realmente puedan conectar con ella. Lo demás es tirar piedras (reseñas) al aire.
Porque el gran problema del autor autoeditado es que, al salir del círculo de amigos y familiares, no puede permitirse rechazar ninguna oportunidad. Todo parece valioso. Pero lo cierto es que muchas de esas reseñas —si no vienen del público adecuado— pueden ser más destructivas que útiles. Especialmente si provienen de alguien que juzga sin tener relación alguna con el tipo de literatura que has escrito.
Así que, en vez de conclusiones, hoy solo tengo una reflexión personal:
—Si reseñas, hazlo sobre lo que conoces (ojo, no digo “reseñar solo lo que gusta”).
—Si buscas reseñas, elige bien a quién se las pides.
—Y si lo que vas a decir es que no te gusta algo que nunca te ha gustado, lo mismo es mejor guardártelo para tu grupo de WhatsApp.
Es solo mi punto de vista, claro. No espero que todo el mundo lo comparta. Pero si sirve para abrir conversación, contrastar experiencias o simplemente pensar en voz alta, ya habrá valido la pena. Y si no, siempre quedará quien entre en Amazon, suelte una estrellita y se marche sin dejar ni una palabra. Porque, ya se sabe, opinar es gratis. Pero argumentar parece que cotiza al alza.
En la tercera y última parte de estas crónicas, hablaremos de las dudas que aquejan al escritor autoeditado tras pasar por todo este periplo y de cómo hacer cuadrar la realidad con sus expectativas iniciales, incluido el eterno debate sobre autoedición vs editorial. Nos seguimos leyendo.
Yo pasé por todo el periplo, con un libro empresarial que utilizaba el humor como vehículo pedagógico. Me lo pasé pipa escribiendo pero lo que vino después fue un calvario. Revisiones y más revisiones y un dineral en diseño y promo. Saco 17€ al año. 😎
Ahora estoy escribiendo una novela por entregas, a lo Netflix. Sin pulir ni revisar (más allá de lo obviamente necesario) y estoy disfrutando como un enano. Y cero bares de presión.
Interesante artículo, gracias!!
A mí también me genera muchas dudas el tema de los bookstagramers. Aunque te hagan una buena reseña, ¿qué pasa después?
¿Intentaste entrar en el circuito editorial, o te decidiste por la autopublicación desde el principio?