Crónicas del escritor autoeditado (y III)
Expectativas, frustraciones y esa editorial a la que nunca llamé
Y llegamos al final del camino. O, al menos, al final de esta trilogía de Crónicas —que, como toda buena trilogía, se escribió sin saber si alguien leería la primera parte.
Nuestro protagonista, el ya curtido escritor autoeditado, ha sobrevivido a todos los desafíos del oficio: promoción, reseñas dudosas, redes sociales saturadas y ese silencio sepulcral que se oye cuando uno lanza un libro al mundo y el mundo sigue durmiendo... o viviendo al margen de él, que para el caso viene a ser lo mismo.
Y, sin embargo, aquí sigue. Porque esto no es una historia de derrota, ojo. A algunos pocos héroes les ha ido hasta muy bien —se habla de que hasta hay quien ha vendido varios centenares de copias de sus libros— y a otros, razonablemente bien; con su primera novela han logrado algo de repercusión, ventas dignas e incluso una que otra reseña que no parecía escrita por ChatGPT. Pero también sabe que eso no es lo habitual. Lo habitual es otra cosa.
Lo habitual, lo más común, lo estadísticamente más probable, es que publiques tu novela con ilusión, inviertas tiempo y dinero en una publicidad que no acabas de entender cómo funciona, compartas el enlace de Amazon más veces que tu madre las fotos de sus nietos… y termines ingresando 4,27 euros al mes… antes de impuestos, justo la tercera parte de lo que te has gastado en publicidad.
Y lo más duro es saber que ese dinero viene de tus tías, de tu compañero del trabajo (al que se lo vendiste en tapa blanda “por apoyar”) y de una compra misteriosa desde Alemania de la que aún no sabes si fue un error, porque después de vender 25 ejemplares a los más próximos, llega la sequía más absoluta.
Entonces llega el desengaño. Descubres que las campañas de Amazon Ads sirven básicamente para perder dinero de forma elegante. Que enviar tu libro a reseñadoras cuyo público vive a años luz de lo que tú escribes solo sirve para recibir un par de “me gusta” decorativos… y ni una sola venta. Que los intercambios de favores en redes sociales te llevan a reseñar meticulosamente cuatro novelas que jamás habrías leído, a cambio de que alguien te siga en esa cuenta de TikTok que abriste sin saber muy bien por qué, y donde cada vez que entras te recibe un perro bailando salsa y una modelo en lencería. Y que, en general, nadie te hace caso, salvo para ofrecerte más servicios inútiles de promoción y marketing.
Y también descubres que eso de que, si cuidas la calidad del contenido y pones una portada atractiva, “los libros se venden solos” es un mito, a la altura de los unicornios, los algoritmos justos y los lectores que reseñan sin que se lo pidas.
Después de seis meses, ves las estadísticas de tu libro y descubres que tus lectores cabrían cómodamente en un coche familiar. Has subido capítulos gratis, hecho sorteos, colgado frases célebres en Instagram… y a veces sientes que solo te estás hablando a ti mismo. Pero más maquetado.
Entonces te preguntas: ¿para quién demonios estoy escribiendo? ¿Hay alguien ahí, más allá de tus dos lectores fieles y ese tipo de Facebook que te pone likes sin leer? ¿O eres, simplemente, un náufrago lanzando botellas al mar con manuscritos dentro que nadie lee? Y, por encima de todo, la GRAN pregunta: ¿Y si lo hubiese intentado con una editorial?
Y, claro, llega la duda cruel: ¿y si me equivoqué al autoeditar? ¿Y si debería haber mandado el manuscrito a editoriales, esperar seis meses de silencio, recibir un par de “nos ha gustado, pero no encaja en nuestra línea” y luego llorar en posición fetal?
Quizá. Pero entonces recuerdas que, incluso con editorial, lo más probable habría sido acabar igual: haciendo tú la promoción, cobrando menos por cada ejemplar vendido y, con suerte, luciendo una portada “atractiva para el público general” que odias y que no tiene absolutamente nada que ver con tu historia. Y lo peor: tendrías que haber escrito unos agradecimientos forzados a un “equipo editorial maravilloso” que, en realidad, solo te mandó un correo con erratas y desapareció el resto del tiempo.
Todo eso, claro, después de haber esperado un año (o dos) desde que enviaste el manuscrito hasta que, milagrosamente, lo aceptó esa editorial de tu pueblo que imprime bajo demanda. Para cuando el libro hubiese salido, ya habrías perdido todo interés, te habrías enfrascado en tu siguiente novela… o, más probablemente, estarías vendiendo mermeladas caseras por Instagram.
Así que vuelves a enfrentarte a la temida palabra: nicho. Porque la realidad es esa: no vas a gustar a todo el mundo. Ni falta que hace. Tienes que encontrar a tu gente. A esas lectoras y lectores raros como tú, que disfrutan de novelas sobre caracoles asesinos, romances en la Segunda Guerra Mundial o sátiras sobre escritores frustrados. Los demás, que pasen. El problema es que encontrar ese nicho es como buscar una aguja en un pajar, pero sin imán, sin linterna y con el pajar ardiendo.
¿Y, entonces, ahora qué? Pues ahora sigues. Escribes otro libro. Te ríes un poco más. Publicas con menos expectativas y más ironía. Ya no sueñas con el premio Planeta, sino con que alguien reseñe tu novela sin copiar la sinopsis. Y, con suerte, algún día dejarás de obsesionarte con las ventas y volverás a disfrutar de lo que verdaderamente importa, lo que te trajo hasta aquí: escribir, contar historias.
Si has llegado hasta aquí, gracias. Como verás, no tengo fórmulas mágicas ni promesas vacías. Solo una certeza: escribir es un acto de fe. Promocionarse, una batalla tan necesaria como absurda. Y vender libros, una lotería donde casi nadie tiene boleto. Pero, ¡qué demonios!, también es divertido. A veces incluso emocionante. Así que, si sigues escribiendo, hazlo a tu manera. Y, si un día decides dejarlo, que sea por cansancio genuino, no por las estadísticas.
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No le recomendaría a nadie que no se llame Stephen, Dan, Ken, Arturo, que pretendiera vivir de la escritura. De hecho, ninguno de ellos vivió de la literatura hasta que demostraron con creces que su trabajo vendía.
También me siento identificado con lo de "me he tomado la molestia de leerte y hacer una crítica sensata de algo que no habría leído en mi vida, para no recibir absolutamente nada a cambio", sin ir más lejos en una red que se llama Substack o algo parecido.
Escribe por pasión y porque te gusta, no para vender.
Personalmente, me gustan mucho estos posts. Llevo toda la vida escribiendo y no me he animado a publicar jamás (solo me han publicado un par de relatos y porque me insistieron) por el miedo al rechazo o al no saber "vender". Es ahora cuando he empezado un proyecto con mucha ilusión que espero que sí se venda. Sobre todo porque es algo benéfico y me gustaría que sirviera para algo. Pero me aterra la idea de que no llegue a ninguna parte...